La inocencia es nuestro estado natural, antes de quedar oculto detrás de nuestra imagen de nosotros mismos. Cuando nos miramos, incluso con la intención de ser totalmente sinceros, vemos una imagen construida a través de los años, de capas complejamente entretejidas. Las líneas y arrugas que surcan nuestro rostro cuentan la historia de alegrías y tristezas pasadas, triunfos y derrotas, ideales y experiencias. Es casi imposible ver algo distinto en él.
El mago se ve a sí mismo donde quiera que mira porque su vista es inocente. No está nublada por los juicios, los rótulos y las definiciones. El mago sabe de todas maneras que tiene ego e imagen de sí mismo, pero no se deja distraer por esas cosas. Las ve contra el telón de la totalidad, el contexto completo de la vida.
El ego es el “yo”; es nuestro punto de vista singular. En la inocencia, ese punto de vista es puro, corno un lente transparente. Pero sin la inocencia, el foco del ego se distorsiona notablemente. Cuando creemos conocer algo — incluidos nosotros mismos —, en realidad estamos viendo nuestro propios juicios y rótulos. Las palabras más simples que utilizamos para describimos unos a otros — amigo, familia, extraño— están cargadas de juicios. La brecha enorme de significado que separa al amigo del extraño, por ejemplo, está llena de interpretaciones. Al amigo se le trata de una forma, al enemigo de otra. Aunque no traigamos nuestros juicios a la superficie, ellos nublan nuestra visión como el polvo que oscurece un lente.
Al no tener rótulos para nada, el mago ve las cosas siempre nuevas. Para él el lente está limpio, de manera que el mundo resplandece de novedad. En todo escucha la misma canción sutil: “Contémplate”. A Dios se lo podría definir como alguien que al mirar a su alrededor sólo se ve a si mismo — o misma — en todas las direcciones; en la medida en que fuimos creados a su imagen y semejanza, nuestro mundo también es un espejo.
Deepak Chopra
El Sendero del Mago
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