La utilidad del cuestionamiento




Cuando un ciego se despedía de su amigo, éste le dio una lámpara.

“Yo no preciso de la lámpara, pues para mí, claridad u oscuridad no tienen diferencia” -dijo el ciego.

“Conozco al respecto, pero si no la lleva, tal vez otras personas tropiecen con usted” -dijo su amigo.

-"Está bien" Luego de caminar en la oscuridad tropezó con otra persona....

-“¡Epa!”-dijo el ciego.

-“¡Hey!” -dijo la persona chocada por el ciego en la oscuridad.

-“¿Usted no vio esta lámpara?” -dijo enojado el ciego.

-“¡Amigo! Su lámpara estaba apagada”

Una persona que va detrás de las ideas de los otros sin objetarlas, y hasta quiere pasar estas ideas a otras personas, aún estando errada, acaba comportándose como el ciego que no consigue percibir que la luz se apagó.



Cuento Zen

Creer en tus capacidades


Cualquier creencia se puede hacer realidad si es sincera y apasionada. El ser humano actúa siempre de un modo coherente con sus creencias, sobre todo con las que se refieren a sí mismo. En este sentido, rechazamos la información que contradice lo que ya hemos decidido creer, tanto si nuestras propias creencias y prejuicios se basan en hechos reales o en la fantasía.
No hay peores creencias que las auto limitadoras, aquellas que generas tú mismo cuando te consideras incapacitado para algo. Así, por ejemplo, podrías pensar que posees menos talento que otros o que los demás son, de algún modo, superiores a tí; o también podrías haber caído en la trampa, muy habitual por cierto, de "venderte" por debajo de tus posibilidades o de tu auténtica capacidad.



Las creencias auto limitadoras actúan a modo de frenos de tu potencial, te retienen, alimentan los dos grandes enemigos del éxito personal -la duda y el miedo-, te paralizan y hacen que vaciles a la hora de asumir riesgos inteligentes, necesarios para el pleno desarrollo de tus genuinas capacidades.
Para progresar, para evolucionar hacia adelante y hacia arriba en tu vida y en tu profesión, debes desafiar continuamente tus creencias auto limitadoras; rechazar cualquier idea o sugestión relacionada con tus propias limitaciones; y aceptar como principio fundamental que eres una persona sin límites, capaz de hacer todo lo que han hecho los demás.



Brian Tracy

Hemos olvidado escuchar


Los miembros de una tribu de África oriental utilizan un canto especial para cada miembro de la tribu, el cual le es asignado antes de su nacimiento. En dicha tribu la fecha de nacimiento de una criatura no es el día del parto, ni siquiera el día de la concepción, como en otras comunidades. Para ellos la fecha de nacimiento coincide con el instante en que la madre piensa por primera vez en ese hijo o hija.
La madre, consciente de sus intenciones de concebir un hijo con un hombre específico, se aleja para sentarse solitaria a la sombra de un árbol grande. Allí se sienta y escucha con atención hasta que puede oír el canto de la criatura que ella espera traer al mundo. Una vez que ha oído la canción, vuelve a la aldea y se la enseña al padre para así poder cantarla juntos mientras hacen el amor, invitando a la criatura a que se les una.
Cuando se realiza la concepción, la madre le canta la canción al hijo que lleva en el vientre, y luego se las enseña a las ancianas y a las parteras de la aldea, de manera que durante los trabajos del parto y el instante del nacimiento, la criatura sea bienvenida con dicho canto. Después del nacimiento , todos los miembros de la aldea aprenden la canción de cada niño y se la cantan cuando se cae o se hace daño.
Se canta también en momentos de triunfo, en rituales y durante la iniciación. Cuando llega la edad adulta, el canto se convierte en parte de su ceremonia matrimonial. Al final de su vida, sus seres queridos rodean su lecho de muerte y entonan el canto por última vez.
Oír una historia así nos hace anhelar esa capacidad de escuchar y quisiéramos que nuestra vida y nuestro canto fueran considerados y guiados desde tan alta magnificencia. Pero nos han desviado y nos han atraído al mundo del mercado . Llevamos vidas complejas en tiempos metalizados donde impera la ambición y nos dirigen desde fuera.
Con cuánta frecuencia hemos olvidado escuchar...





Jack Kornfield
Historias del espíritu, historias del corazón

Los frutos de la acción


Los frutos, el resultado, la consecuencia, de una acción es decidida por factores que se encuentran más allá de la comprensión de un individuo humano y por lo tanto esperar un fruto en particular sería completa ignorancia por parte de cualquier persona. Sufrimos porque esperamos una consecuencia en particular de una serie de acciones que llevamos a cabo, y esos resultados que esperamos no se hacen realidad debido a que existen otras condiciones que deben ser satisfechas para la producción del resultado.
Yo, el que inicia la acción puedo ser uno de los factores, pero no soy el único factor, y considerarme como el único principio condicionante detrás de la producción del resultado de una acción sería ignorancia, ausencia de Samkhya, -conocimiento-. Es por eso que se nos dice una y otra vez que es inadecuado esperar los frutos de una acción. El universo en su totalidad tiene que ver con la producción del resultado de la mínima acción y nosotros no somos el único factor del resultado.




Swami Krishnanadaji Maharaj


La gran pregunta



La gente se ha estado haciendo Grandes Preguntas desde hace miles de años. Siempre ha habido hombres y mujeres que contemplaban las estrellas y se cuestionaban ese vasto misterio, o miraban a su alrededor viendo cómo vivía la gente y pensaban: "¿No hay nada en al vida más que esto?".
Los antiguos filósofos griegos reflexionaban y discutían sobre las Grandes Preguntas. Algunos, como Sócrates o Platón, se decían: "¿Qué es la Belleza? ¿Qué es la Bondad? ¿Qué es la Justicia? ¿Cuál es la mejor manera de gobernar una sociedad? ¿Qué personas son las adecuadas para ser gobernantes?".
Profesores religiosos, místicos y maestros espirituales como Buda, Lao Tse, Jesús, Mahoma, san Francisco, Meister Eckhardt, Apolonio de Tiana, entre otros muchos de todas las tradiciones de este mundo, se han hecho Grandes Preguntas.
La gente con una mente científica siempre ha formulado preguntas: "¿cómo funciona? ¿Qué hay dentro? ¿Son realmente las cosas como parece que son? ¿De dónde viene el universo? ¿Es la Tierra el centro del sistema solar? ¿Existen leyes y normas que sirven de base a lo que ocurre en la vida cotidiana? ¿Cuál es la conexión entre mi cuerpo y mi mente?
Estas preguntas provocan en los grandes científicos de la historia una pasión por comprender que va más allá de la curiosidad. No son simples curiosos, ¡necesitan saber!
Cuando Albert Einstein era un niño, se preguntaba: "¿Qué pasaría si montara en mi bicicleta a la velocidad de la luz y encendiera el faro?, ¿se encendería?. Casi se vuelve loco haciéndose esa pregunta durante diez años, pero gracias a su decidida búsqueda se llegó a la teoría de la relatividad. Es un magnífico ejemplo de un hombre que se hace una gran pregunta y se mantiene en el desconocimiento durante años, hasta que da con una visión de la realidad completamente distinta.
¿Por qué hacer una Gran Pregunta? Porque es una invitación a la aventura, un viaje hacia el descubrimiento. Es emocionante comenzar una aventura, tiene el encanto de la libertad; libertad para explorar un territorio nuevo.
Así que, ¿por qué no hacerse grandes preguntas? Porque abre la puerta al caos, a lo desconocido y a lo impredecible. En el momento en que te haces una pregunta de la que realmente no sabes la respuesta, te abres a un campo de infinitas posibilidades. ¿Estás dispuesto a recibir una respuesta que puede no gustarte o con la que puedes no estar de acuerdo? ¿Qué pasa si te hace sentir mal y te saca de la zona segura y confortable que te has construido? ¿!Qué pasa si la respuesta no es la que quieres oír!?
Hacerse una pregunta no es cuestión de fuerza, sino de valentía.


W. Arntz, Betsy Chasse y Marck Vicente
¿Y tú qué sabes?

Cada uno tiene una forma secreta de ser


Cristiano,
Judio,
musulmán,
chamán,
Zoroastro,
piedra,
tierra,
montaña,
río,
cada uno tiene una forma secreta de ser con el misterio,
único,
y no para ser juzgados.




Rumi

El mandato social




Uno de los temas que catalizan los desórdenes y los excesos en el mundo moderno es la competencia. Tienes que ser un triunfador. Si a los treinta años no has reunido el primer millón de dólares, eres un pobre imbécil. Si no eres el tipo que hace aullar a las mujeres desde las cuatro de la tarde hasta las cuatro de la madrugada, tu virilidad es dudosa. Debes ser el número uno, en una sociedad en la que la competencia busca el éxito material.
Para los griegos, que eran muy competitivos, se trataba de la búsqueda de cierto ideal. Hoy es simplemente el miedo a no ser el mejor y, por lo tanto, no valer nada. Ser segundo no sirve. Pueden echarte o abandonarte porque no eres el mejor. No serlo es un argumento aceptado para transformarte en material descartable. Así, en forma constante estás dando el do de pecho, con lo que anulas el placer de poder alcanzar el do de pecho. El miedo a no conseguirlo es mayor que la satisfacción de lograrlo. El temor a no echarnos cinco polvos es superior al placer de darlos.



Fernando Savatier
Los Siete Pecados Capitales