Electrones y acción vibratoria




Cada electrón en el Universo está en movimiento. Aun que una piedra o un árbol, o un mueble, pare­cen estar estáticos, cada átomo y cada electrón de los que integran esos átomos, tienen en sus centros una luz. Esta luz es la Llama triple de ese foco de vida y está vibrando. El número de pulsaciones por segundo es lo que determina la rata vibratoria de cualquier cosa. La acción vibratoria muy lenta es lo que hace aparentar que una cosa sea estática, pero con los instrumentos modernos vemos un objeto tan amplificado, que se puede ver su movimiento constante, fluctuando y emitiendo rayos de ondas luminosas, que es lo que llamamos radiación.
En un individuo, la acción vibratoria está deter­minada por su proceso mental y sensorio. Esto for­ma pulsaciones de energía, o sea rayos de luz que atraviesan los cuerpos inferiores, y que contienen un patrón que debe ser seguido o copiado por los electrones en su expresión individual.
El estudiante consciente llega a un punto en que tiene que, imprescindiblemente, dirigir consciente­mente el volumen y el movimiento de sus emocio­nes, o sea el patrón de energía para sus electrones obedientes, con tal precisión como regula el dial de su radio; el termostato de su aire acondiciona­do, de su homo o de su nevera.
La conciencia imperfecta es lo que hace que un pa­trón imperfecto produzca vibraciones muy lentas. Los electrones son obedientes. Esa es su caracterís­tica principal, y tratan de adaptarse al patrón que se les impone; por lo tanto la rata vibratoria de la per­sona es tan lenta que lo sitúa poco más o menos al nivel del animal. El hombre es superior al animal porque dispone de raciocinio, inteligencia y libre albedrío, para ma­nejar sus sentimientos, pensamientos y emociones. Esas son las tres dimensiones en que vive. Pero si él no aprovecha estas tres dimensiones, ni las domi­na, las gobierna, éstas lo dominan a él. Es como si no las poseyera. Entonces se coloca en un nivel in­ferior. El del animal.



Conny Mendez
Metafísica Cuatro en Uno

Sin miedo


Durante las guerras civiles en el Japón feudal, un ejército invasor podía barrer rápidamente con una ciudad y tomar el control. En una aldea en particular, todos huyeron momentos antes que llegara el ejército; todos excepto el maestro de Zen.
Curioso por este viejo, el general fue hasta el templo para ver por sí mismo qué clase de hombre era este maestro. Como no fuera tratado con la deferencia y sometimiento a los cuales estaba acostumbrado, el general estalló en cólera.

-¡Estúpido!, – gritó mientras alcanzaba su espada-, ¡no te das cuenta que estás parado ante un hombre que podría atravesarte sin cerrar un ojo!

Pero a pesar de la amenaza, el maestro parecía inmóvil.

- ¿Y usted se da cuenta?, – contestó tranquilamente el maestro- que está parado ante un hombre que podría ser atravesado sin cerrar un ojo?





Cuento Tradicional Zen

Si querés tener problemas... tenés problemas




Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.
Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados.
De repente, empezó a escucharse una voz que decía:

- ¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!

Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua.
Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos.

Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:

- ¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!



Ramiro A. Calle
Libro 101 cuentos clásicos de la India

Dos esclavos o dos Maestros




Una vez el sultán iba cabalgando por las calles de Estambul, rodeado de cortesanos y soldados. Todos los habitantes de la ciudad habían salido de sus casas para verle. Al pasar, todo el mundo le hacía una reverencia. Todos menos un derviche arapiento.

El sultán detuvo la procesión e hizo que trajeran al derviche ante él. Exigió saber por qué no se había inclinado como los demás.

El derviche contestó:

- Que toda esa gente se incline ante ti significa que todos ellos anhelan lo que tú tienes : dinero, poder, posición social. Gracias a Dios esas cosas ya no significan nada para mí. Así pues, ¿por qué habría de inclinarme ante ti, si tengo dos esclavos que son tus señores?.

La muchedumbre contuvo la respiración y el sultán se puso blanco de cólera.

- ¿Qué quieres decir? – gritó.

- Mis dos esclavos, que son tus maestros, son la ira y la codicia – dijo el derviche tranquilamente.

Dándose cuenta de que lo que había escuchado era cierto, el sultán se inclinó ante el derviche.



Cuento Tradicional Sufi

Diógenes y Aristipo




El filósofo Aristipo cortejaba el poder de la corte de Dionisio, tirano de Siracusa.

Una tarde encontró a Diógenes preparándose un pequeño plato de lentejas.

Aristipo le dijo:

- Si halagases a Dionisio, no te verías forzado a comer lentejas.

A lo que respondió Diógenes:

- Si tú supieses comer lentejas, no te verías forzado a halagar a Dionisio.



Ata tu camello


Un discípulo llegó a lomos de su camello ante la tienda de su maestro sufí.
Desmontó, entró en la tienda, hizo una profunda reverencia y dijo:



- Tengo tan gran confianza en Dios que he dejado suelto a mi camello ahí afuera. Estoy convencido de que Dios protege los intereses de los que le aman.

- ¡Pues sal fuera y ata tu camello estúpido! – le dijo el maestro.

- Dios no puede ocuparse de hacer en tu lugar lo que eres perfectamente capaz de hacer por ti mismo.




Anthony de Mello
Libro - ¿Quién puede hacer que amanezca?

Como el pez




Un día Chuang Tzu y un amigo caminaban en un sendero al lado de un río.

- ¿Ves nadar los peces allí? – dijo Chuang Tzu.
- Realmente están disfrutando.

- Tu no eres un pez – contestó el amigo.
- Así que no puedes saber realmente cuando están disfrutando.

- Tu no eres yo – dijo Chuang Tzu.
- ¿Así que cómo sabes que yo no sé que los peces están disfrutando?



Cuento Tradicional Chino

Poderes Psíquicos


Un arrogante asceta se acercó hasta Buda para decirle:

- Señor, durante años me he ejercitado en todo tipo de austeridades, ayunos, penitencias y automortificaciones, y por fin he conseguido caminar sobre las aguas.



Y Buda le miró unos instante y luego despegó los labios para decir:

- Amigo mío, ¡qué lástima de tiempo perdido habiendo barcas!



Cuentro Budista