Temperamento y carácter, claves de la personalidad, esa cara que presentamos al mundo y por la que somos conocidos de los otros.
El temperamento es algo que nace con cada quien. Es como el ambiente emocional en que temperamos y lo que establece nuestra modalidad reactiva. "Cada quien tiene su manera de matar pulgas" dicen por ahí, pero esos modales no los aprendimos en ningún lado.
El carácter es otra cosa, se puede construir, se va moldeando con la vida. Así que la persona, la personalidad tiene dos ingredientes esenciales: Uno que no depende tanto de nosotros y que ya traemos y nos acompaña hasta la sepultura; otro que es hechura nuestra.
Cuando nos saludamos, cuando sonreímos o cuando hablamos no sólo intercambiamos estrechones de manos, sonrisas o palabras. Cada cosa lleva la firma de nuestra personalidad. Ya la mano que se estrecha es cálida o fría, fuerte o lánguida, y la sonrisa franca o abierta o tímida. Ya en la mirada podemos ser acogedores o lejanos, tiernos o fríos. En todo, en cada actitud, hasta en el silencio, estamos revelando la personalidad. Aunque las palabras no lo digan, con todo el lenguaje del cuerpo hablamos de nosotros.
Pues bien, si la personalidad es nuestra vía de comunicación con el mundo y una parte esencial de ella, depende de nosotros pues la podemos tallar así como el escultor talla la piedra. ¿Cómo podemos construir un carácter que nos permita una comunicación armoniosa con el mundo? Dado que la calidad de nuestras relaciones determina en buen grado el que seamos felices o no, construir un buen carácter es ingrediente esencial para llevar una vida plena.
Y ¿Qué es un buen carácter? Si el carácter es una estructura que construimos como estrategia de adaptación frente al mundo, a lo mejor estamos amurallados para protegernos de las amenazas ficticias o reales, o vamos armados hasta los dientes para competir a toda costa. Mordemos el mundo cada noche, o crispamos las manos en actitud de contener la ira, o ahogamos nuestra respiración y cerramos la glotis hasta la asfixia.
O nos negamos la danza de la vida congelando nuestra pelvis. A veces así, crispados, duros congelados, creyendo protegernos en el juego de la vida, destruimos su blanda fluidez que se revela en la capacidad de relacionarnos con el mundo sin llevar los dados cargados del condicionamiento al juego.
Jorge Carvajal Posadas
Construir el Templo Interior - Un buen carácter
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