"Esto que aquí expongo son mis opiniones e ideas. Yo las expongo como las veo y las creo atinadas, no como cosa incontrovertible y que debe creerse a pies juntillas. No busco otro fin que el de trasladar al papel lo que dentro de mí siento y que acaso será distinto mañana si enseñanzas nuevas modifican mi ser y declaro que ni deseo ni tengo autoridad bastante para ser creído, reconociéndome como me reconozco muy mal instruido para enseñar a los demás" Montaigne.
Un hermoso y humilde reconocimiento de nuestra limitación y finitud. ¿Se justifica que nos aferremos con tanto fuerza a nuestras convicciones (que no son más que opiniones) hasta el punto de juzgar como imbéciles o malvados a quienes no las comparten?
Es muy fácil darnos cuenta de lo distinto que seríamos si hubiésemos nacido en otro lugar, en otro tiempo, en otra familia o recibido otra educación. ¿Sería como soy, pensaría como pienso? Si mi vida hubiese empezado en una familia sumeria del IV milenio antes de Cristo? ¿Cuánto hay de azar en lo que llamo mi yo, mi personalidad, mis principios, los libros que llegaron a mis manos, los amigos que tuve, los maestros que me educaron? ¿Qué llegaré a ser después de leer este libro que acabo de comprar?
Reflexiones de este tipo nos permitirían comprendernos mejor a nosotros mismos y ser más tolerantes con los demás. Montaigne, que era un hombre lúcido, lo sabía. Por eso no estaba ciegamente enamorado de sí mismo, de su visión del mundo y de sus convicciones.
Hugo E. Bella
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