En nuestra infancia cuando salíamos al patio de la escuela a la hora del recreo, después de haber estado unas horas quietos y esforzándonos en prestar atención a unas explicaciones más o menos abstrusas, nos poníamos espontáneamente a gritar, a saltar y a gesticular alborozados. Esta conducta era motivada por la descarga automática de la tensión acumulada en las horas de clase. A medida que hemos ido creciendo y madurando, la posibilidad de estas descargas naturales ha ido desapareciendo debido a que ha ido penetrando en nuestro Yo-idea la norma impuesta por la sociedad de que hemos de ser unas personas serias, formales, con actitudes siempre educadas y compuestas. Y esta norma, que es muy correcta en lo que se refiere a nuestra conducta social, la hemos trasladado también a nuestra conducta personal cuando estamos solos. Así pues, hemos bloqueado toda posibilidad de descarga espontánea y natural de la energía anormalmente reprimida y con ello la posibilidad de equilibrarnos, puesto que las inhibiciones obligadas en la vida diaria, en cambio, han ido en constante aumento desde el período de nuestra infancia hasta la actualidad.
Hemos de buscar el modo de poder eliminar la energía artificialmente retenida en nuestro interior mediante la apertura consciente y deliberada, durante unos minutos, de nuestro mecanismo automático de censura y represión.
Ejercitación: Bien percatado mentalmente de que se trata de prescindir totalmente por unos minutos de toda idea de autocrítica y de control, se coloca la persona de pie en una habitación en la que haya suficiente espacio libre, con los ojos cerrados. Procura entonces dejar de estar pendiente de sus ideas y pone su atención en lo que siente y en lo que le gustaría hacer y, sencillamente, lo hace, de modo parecido a cuando tiene ganas de bostezar o de desperezarse y, sin más, así lo hace. Hay que dejar libre curso a todo impulso de expresión que surja del interior, permaneciendo en todo momento bien despierto y consciente, pero sólo como espectador, sin que el pensamiento se mezcle en la acción. El ejercicio ha de durar como máximo 10 minutos.
Los impulsos interiores tenderán a expresarse siempre a través de la vía oral o motora: se tendrán ganas de hablar, gritar, cantar, reír, llorar, o bien de hacer muecas y movimientos más o menos extraños. No hay que preocuparse en absoluto de la forma en que los impulsos tiendan a salir, ni tampoco de buscarles explicación de ninguna clase. Los ojos han de mantenerse cerrados durante todo el ejercicio. Y esto es muy importante porque los impulsos y emociones tenderán así a descargarse en el vacío mediante simples movimientos o expresiones verbales, mientras que si los ojos estuvieran abiertos, además de provocar distracciones, los sentimientos se proyectarían hacia los objetos que se tuvieran delante.
La eficacia de este ejercicio tal como lo hemos descrito radica en el hecho de que al mismo tiempo que la energía sale por sí misma, de un modo natural, a través de los movimientos o exclamaciones, la mente consciente toma plena conciencia de cuanto se está haciendo, sintiéndose en todo momento protagonista consciente de todas las expresiones, esto es, la energía reprimida se convierte en experiencia activa de la persona. Gracias a este efecto, la conciencia del Yo-experiencia se modifica incorporándose aquella energía que hasta ahora estaba fuera de su alcance y, al mismo tiempo, disminuye la presión que sobre la mente ejercía el inconsciente.
Antonio Blay
La personalidad creadora
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