El eremita, con su desarrollado poder clarividente, intuyólas intenciones del emisario de la muerte y, experto en el arte de la ubicuidad, proyectó treinta y nueve formas idénticas a la suya. Cuando llegó el emisario de la muerte, contempló, estupefacto, cuarenta cuerpos iguales y, no pudo apresar al astuto eremita y llevárselo consigo. Fracasado el emisario de la muerte, regresó junto a Yamarah y le expuso lo acontecido.
El poderoso Señor de la Muerte, se quedó pensativo durante unos instantes. Acercó sus labios al oído del emisario y le dio algunas instrucciones de gran precisión. Una sonrisa asomó en el rostro habitualmente circunspecto del emisario, que se puso seguidamente en marcha hacia donde habitaba el ermitaño. De nuevo, el eremita, con su tercer ojo altamente desarrollado y perceptivo, intuyó que se aproximaba el emisario de la muerte. En unos instantes, reprodujo el truco al que ya había recurrido anteriormente y recreó treinta y nueve formas idénticas a la suya. El emisario de la muerte se encontró con cuarenta formas iguales. Siguiendo las instrucciones de Yamarah, exclamó:
-Muy bien , pero qué bien. !Qué gran proeza! Y tras un breve silencio, agregó: Pero, indudablemente, hay un pequeño fallo. Entonces el eremita, herido en su orgullo, se apresuró a preguntar:
-¿Cuál? Y el emisario de la muerte pudo atrapar el cuerpo real del ermitaño y conducirlo sin demora a las tenebrosas esferas de la muerte. Su arrogancia le había perdido.
El poderoso Señor de la Muerte, se quedó pensativo durante unos instantes. Acercó sus labios al oído del emisario y le dio algunas instrucciones de gran precisión. Una sonrisa asomó en el rostro habitualmente circunspecto del emisario, que se puso seguidamente en marcha hacia donde habitaba el ermitaño. De nuevo, el eremita, con su tercer ojo altamente desarrollado y perceptivo, intuyó que se aproximaba el emisario de la muerte. En unos instantes, reprodujo el truco al que ya había recurrido anteriormente y recreó treinta y nueve formas idénticas a la suya. El emisario de la muerte se encontró con cuarenta formas iguales. Siguiendo las instrucciones de Yamarah, exclamó:
-Muy bien , pero qué bien. !Qué gran proeza! Y tras un breve silencio, agregó: Pero, indudablemente, hay un pequeño fallo. Entonces el eremita, herido en su orgullo, se apresuró a preguntar:
-¿Cuál? Y el emisario de la muerte pudo atrapar el cuerpo real del ermitaño y conducirlo sin demora a las tenebrosas esferas de la muerte. Su arrogancia le había perdido.
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